EL «NIÑO MILO» SE DESPIDE A LOS 88 AÑOS.
Joselias Sánchez Ramos. / sjoselias@gmail.com / 2019-07-15.
Los contemporáneos se están yendo, dijo Cecilia, mientras solitarios sollozos despertaban al silencio. Los viejos nos habíamos reunido alrededor de otro viejo que, a sus 88 años se despedía, mientras Blanquita, su esposa de 67 años, repetía: “mi niño se va, él era todo para mí”.

El “Niño Milo”, Manuel Segundo Briones Párraga, está profundamente enraizado en su familia que, desde pequeño lo llamó “Niño Milo” y así es como lo despidió a sus 88 años.
Su muerte los convocó. Vinieron desde todos los lugares. Los Briones, los Párraga, los Valencia, los Burgos, los Loor, los vecinos de Las Cumbres. En todos ellos, el comentario era el mismo, hablaban de un hombre humilde y generoso, trabajador y buena gente, a quien todos conocían como “Niño Milo”, nombre pronunciado con respeto y consideración.
Blanquita Valencia Burgos, su esposa, llegó a él cuando tenía 22 años y entre ellos surgió el amor que, a través de los años, se tradujo en complacencia y humor. Cuando el Niño Milo enfermó y no pudo caminar, Blanquita fue todo para él, desde atender sus necesidades, vestirlo, trasladarlo, hasta darle de comer, acostarlo y levantarlo. Lo llevó al Hospital y lo trajo para el velatorio.
Desde su modesta casita en el Barrio Las Cumbres, su féretro llegó hasta la pequeña Capilla donde el P. Luis ofició la misa en medio de cánticos y bendiciones; sus palabras hablaron de la despedida, del encuentro con Dios y con una soberbia anécdota recordó el “hasta que la muerte los separe”.
Desde esa lejana cumbre, el féretro bajó hasta el cauce del río Manta y luego volvió a subir para llegar al Cementerio General. En el trayecto todo era cotidiano, desde el canicular sol hasta los vehículos en precipitado tránsito.
Me acordé de mi padre. Nos reunía para hablar de diferentes tópicos. Uno de ellos era el misterio de la muerte, entonces, nos decía: “El día que me muera será un día cualquiera, a nadie ha de importarle que yo baje al abismo. El día que me muera, será un día cualquiera, todo será lo mismo”.
El Cementerio Central de Manta sigue siendo la morada de todos. Como buen mantense había decidido que allí lo sepulten. El ataud pasó entre los quebrados caminos del camposanto hasta llegar a su destino. Los albañiles tenían todo listo. Los acompañantes evocaban sus recuerdos y anécdotas. Las palabras de despedida. Los ladrillos, el enlucido, el epitafio manuscrito. Listo. Hasta luego.
Una vida de 88 años que se despide de quienes, también seguirán sus pasos.

PARADOJA. Yuval Noah Harari, en su libro “Homo Deus” u “Hombre Dios”, reseña una breve historia del mañana; en este siglo todo se irá moldeando, “desde superar la muerte hasta la creación de la inteligencia artificial”. Vivan para verlo. (Joselias, 2019-07-15)
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